viernes, 27 de septiembre de 2013

PADULES: LAS NOVICIAS DEL CONCILIO VATICANO II

Testimonio. Vivían en dos pueblos de Almería separados por cinco kilómetros que comparten patrón y viñas, y celebran sus bodas de oro en las mercedarias de San Vicente.



CELEBRAN sus bodas de oro como monjas. No fue un camino fácil. María Isabel Vidaña (1939) tenía 22 años; Ana María Díaz (1940), 21. Son de dos pueblos del interior de Almería separados por cinco kilómetros. Canjáyar, donde nació Ana María, está en un hoyo. Padules, el pueblo de María Isabel, se asoma en lo alto con un tajo espectacular. Dos pueblos que comparten patrón, San Antón, cultivos vinícolas, y hace algo más de medio siglo un cura párroco que cambió la vida de estas mujeres que ayer vivieron una fiesta de la Merced muy especial.

"Don Pedro Aliaga, el cura, era de María, y era párroco de los dos pueblos. Vivía en Canjáyar porque Padules era más pequeño", dice María Isabel. El cura fue de misión y conoció al padre Crespo, un monje mercedario.

María Isabel es la penúltima de ocho hermanos, Ana María la tercera de seis. Familias numerosas en las que no cayó precisamente bien la llamada del espíritu de sus respectivas hijas. "Mi madre no me dejaba", recuerda Ana María. María Isabel no lo tuvo menos fácil: "Mi padre me decía que no sabía lo que le iba a hacer a mi madre y después me llevaba en la cartera como si fuera una santa".

Hasta el propio cura que recorría todos los días esos cinco kilómetros intentó moderar aquella súbita y doble llamada. No hubo manera. En Padules sólo había un taxi, como en la Grazalema de Pitt-Rivers. María Isabel subió con su hermana Mariana, "ha muerto este verano", y fueron a Canjáyar, donde les esperaba Ana María. La partida fue el 22 de enero de 1962. "Tuvimos que volver a pasar por mi pueblo", recuerda María Isabel, "porque no podíamos ir por Granada, que esdtaba nevada. Con el cura y un matrimonio, el marido era el que conducía, vinimos por la costa y tuvimos que hacer noche en Algeciras".

El 23 de enero de 1962 llegan a la Sevilla de Bueno Monreal. "Don Pedro nos llevó a la Giralda, subimos todas las rampas". Hicieron el postulantado en el convento de la Merced, que desde dos años antes tenía colegio, y el 15 de agosto de ese año viajaron a Madrid para ser novicias. "El noviciado coincidió con el Concilio Vaticano II". El último regalo de Juan XXIII a la cristiandad.

Ahora conmemoran los 50 años de su profesión del hábito. No fue coser y cantar, verbos que forman parte de su inventario de ocupaciones. "Éramos monjas de clausura. En la toma del hábito, vinieron nuestras familias y se quedaron fuera, nos veían por la verja, sólo pudimos despedirnos de ellos cuando salimos a tirar la basura". Los tiempos se relajaron. La superiora era la madre Mariana. Hoy es la madre Rosario, hija y hermana de taxistas. María Isabel dio Música y Religión y es la portera del colegio. Ana María le ha enseñado a leer y a escribir a cientos, miles de alumnos de las mercedarias de la calle San Vicente, junto al taller de Guzmán Bejarano.

Las agasajanel sábado con un refrigerio. A las almerienses de Canjáyar y Padules que convivieron antes con los vinos que con los odres. Una de sus alumnas, Ana María Aguilar Gutiérrez, pintora especializada en realismo simbólico, ha captado el hálito de estas dos religiosas, el candor de Ana María, la serenidad de María Isabel. La alumna nació en 1964, en el segundo año de profesión de sus profesoras. "Me transmitieron la fe en Dios y en mí misma", dice con gratitud. "Yo soy pintora y no sabía coger el lápiz, la madre Ana María me ayudó a relajar la mano". De su promoción, que terminó en 1978, el primer año del Papa Woyjtila, salieron además de esta pintora, una física nuclear, licenciadas en Filología Francesa, Ciencias Políticas, una abogada, una historiadora. La semilla de las dos ahijadas del cura de Marías.

Son santo y seña del convento y del colegio, la doble misión de la orden mercedaria en uno de los inmuebles más historiados de la religiosidad sevillana. Llegaron a Sevilla por la Costa del Sol el año que murieron Belmonte y Marilyn. Del viaje al Madrid de aquellos primeros 60, los de las Copas de Europa, recuerdan el convento, "nos impresionó muchísimo", y que vivían en la calle Luis de Góngora.

La madre María Isabel abre la puerta todas las mañanas. La madre Ana María está en la imaginaria ventana por la que ve pasar el tiempo con una sonrisa. Candor y serenidad, como dice la pintora y antigua alumna. La de Padules nació en una familia que se dedicó al campo. La de Canjáyar, en un universo laboral de cajas y barriles para guardar la uva. El maná de esta Almería de interiores de dos monjas que se recorrieron media Andalucía para responder a una llamada. Sus pueblos siguen estando a cinco kilómetros.

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